Dejar de existir para empezar a vivir

DEJAR DE EXISTIR PARA EMPEZAR A VIVIR

Hubo un tiempo en el que vivir era un arte.
Un impulso sin filtro. Respirar antes de tomar un riesgo y lanzarnos al vacío. Bailábamos sin grabarlo. Llorábamos sin pedir perdón. Reíamos hasta que nos doliera el estómago, como si eso bastara. Vivíamos no para que nos vieran, sino para que el corazón latiera cada vez más fuerte. Éramos caóticos, reales, despiertos.

Pero ahora, nos contenemos.
Nos editamos.
Nos vestimos de acuerdo a tendencias y rutinas de belleza agotadoras. Abrimos los ojos cansados, revisamos vidas ajenas en el teléfono y nos arrastramos por el día como si fuéramos sombras. Hacemos como que vivimos, pero en realidad… solo sobrevivimos.

¿Será por vergüenza?

Vergüenza por desear algo más que estabilidad.
Vergüenza por querer belleza, ternura, intensidad.
Vergüenza por no ser “lo suficientemente productivas”, “lo suficientemente agradecidas”, “lo suficientemente felices”.

Nos enseñaron que vivir de verdad es un lujo. Que sentir demasiado es una debilidad. Que descansar es flojera. Que querer algo más es ingratitud. Así que tragamos nuestras ganas de todo. Nos disculpamos por soñar, por cambiar, por necesitar algo que no se puede medir.

Nos anestesiamos con pendientes, con redes, con silencios.
Nos hacemos chiquitas. Prudentes. Lógicas.
Y decimos que “estamos bien”. Aunque por dentro, estemos apagadas.

Pero ¿y si no vinimos a estar bien?
¿Y si vinimos a estar vivas?
¿Y si vivir significa arder? ¿Sentir de más? ¿Rompernos y volvernos a armar?

¿Y si ya no nos disculpamos por querer estar despiertas en esta vida?

Porque sobrevivir no tiene chiste.
Y vivir con el alma dormida no es vida.

No nacimos para resistirlo todo. Nacimos para sentirlo todo. Para dejarnos llevar por el mundo. Para enamorarnos sin plan. Para llorar con canciones. Para perdernos en una tarde sin reloj.

Tal vez no es la vergüenza la que debería dictar nuestros días,
sino lo que nos hace verdaderamente felices.

Lo cotidiano que nos ancla: una carcajada sincera, una conversación que te deja pensando, el olor del café por la mañana, un abrazo, lento y sin prisa. El agradecer estar aquí. Por seguir respirando.

Porque vivir — vivir de verdad, sin filtro ni permiso — no es egoísmo.
Es el propósito.

Y no solo merecemos existir.
Merecemos vivir.

Foto: SLIM AARONS