Almódovar, la tentación y fijación de su cine

ALMÓDOVAR, LA TENTACIÓN Y FIJACIÓN POR SU CINE


Una filmografía que explora complejidades del deseo, la identidad y las relaciones humanas, creando historias cargadas de color, humor y drama.


Era un infante cuando vi por primera vez La piel que habito (2011); no entendí nada, lo más probable es que ni siquiera tenía una edad adecuada para verla; no obstante, su estética, los jumpsuits de Vera y lo guapo que se ve Antonio Banderas se quedaron en mi memoria como una captura de pantalla.

Con el paso del tiempo y con más edad volví a retomar aquel filme que me llenó de morbo; sin embargo, noté muchas cosas que no había percibido, excepto mi gusto por Antonio Banderas. Ahora surgía un nombre, no era el del actor, la actriz ni el personaje de tal… Era el de Pedro Almodóvar, el que está detrás de la cámara. Lo que para las adolescentes es Sofía Coppola, Pedro Almodóvar es para todas las mujeres adultas al borde de un ataque de nervios.

El director español, más allá de hacer cine, es el cine en sí mismo. El género Almodóvar está lleno de reglas ortodoxas destruidas y estructuradas para crear algo genuino y realista, capaz de desatar una tentación y fijación ferviente para aquel que lo consume y se identifica. Podría decirse que el cineasta manchego es un producto de la coincidencia, improvisación, talento, perseverancia y humanidad en su totalidad, características que lo han llevado a ser él mismo un nicho y una estética a seguir.

Nacido en un pequeño pueblo de la Mancha, Pedro Almodóvar crece en escuelas católicas, rodeado de hombres, pero sin una figura paterna estable; razón por la cual su hermana y, en especial, su madre se vuelven una fuente de inspiración continua para sus películas. Desde muy pequeño se da cuenta de su inclinación por el cine, por unos cromos de celebridades que venían dentro de tablillas de chocolate que comía de niño. Los colores primarios fueron clave importante para elegir la paleta que se impondría posteriormente, la cuál se basa en su obsesión por la brillantez del tecnicolor, dándole el mote de “el Andy Warhol del cine”, título que nunca ha aceptado.

Debido al catolicismo, decide mudarse a Madrid a los 18 años. Durante esa etapa se rebela, vive el punk, el underground y la liberación de los tabús sexuales como consecuencia de la desposesión de la dictadura franquista, haciendo su primer cortometraje de forma autodidacta, Salomé (1978), el cual financió con su trabajo como administrador en una telefónica.

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), su primer largometraje oficial, es el inicio de una extensa carrera donde el movimiento punk, absorbido por el cineasta, fue el motor de la trama e incluso de la forma en que fue dirigida. Esta tardó alrededor de un año en filmarse debido a problemas económicos; además, representó su escape de la adoctrinación religiosa e incluso nos presentó a una de las primeras “chicas Almodóvar”: Carmen Maura.

Mientras más películas surgían, el punk se diluía entre la moda hasta llegar a ser solo un valor humano de las películas de carácter irreverente y, en ocasiones, polémicas o de estilo hitchcockiano, trayendo consigo todo un grupo de chicas Almodóvar, las cuales —aparte de ser actrices dotadas— fungían de musas para Pedro, en las que destacan Victoria Abril, Rossy de Palma, Ángela Molina, Cecilia Roth, Verónica Forqué, Penélope Cruz y un sin fin más.

Este grupo de talentosas mujeres han inspirado un estilo estético en la moda que consiste en un glamour desordenado, vanguardista, animal print, tacones de punta, vestidos statement, maximalismo, colores vivos y chillantes, polka dots, estampados llamativos y el rojo en todas partes. Algunos looks sobresalientes son el jumpsuit de Kika (1993), hecho por Jean Paul Gaultier, en un diseño glam-destruido o el impresionante vestido desnudo portado por Gael García Bernal en La mala educación (2004), pieza de la misma casa de moda; no hay que dejar de lado el black dress del archivo de Chanel usado por Penélope Cruz en Los abrazos rotos (2009), con detalles de oro que resaltan y destilan el lujo que el personaje necesita.

Para Almodóvar, el vestuario es de gran importancia, ya que este se fusiona automáticamente con el personaje y su respectivo intérprete. Cada pieza es un simbolismo del sentir de la persona que lo usa; un ejemplo de esto es en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), donde el traje de Julieta representa la negación al paso del tiempo.

A pesar de esto, es complicado categorizar lo que una chica Almodóvar debe ser, ya que la feminidad en el cine del director manchego es complicada, profunda y se mantiene en un espectro de luz y oscuridad. “Yo quiero ser una chica Almodóvar” es una frase muy sencilla de decir, pero más allá de la superficie, es una forma de ser. Las chicas Almodóvar de la pantalla grande se distinguen por ser fuertes, transparentes, reacias, autosuficientes y con una jerarquía mayor a la del hombre. Pese a estos factores tienen algo en común: la soledad. Estas mujeres son amas de casa, prostitutas, enamoradas, madres, entre otras, todas representadas con el mismo poder y libertad. No es secreto que el género femenino es el de mayor desempeño durante sus películas; esto se debe a la gran conexión que tiene Pedro con las mujeres, en especial con su madre y hermana, las cuales brindaron una perspectiva de género saludable y deconstruible.

Tomando en cuenta la falta de una figura paterna estable, su persona se apapacha de la mujer. Para él, el género femenino cuenta con una belleza asimétricamente deseable, erótica, no sexualizada, con un intelecto y temple que ante el hombre se vuelve interesante; una mujer enojada, buena, mala, inquietante, tranquila, alocada; una mujer que puede volver a ser niña; una mujer que no necesita ser mujer.

LA SENSIBILIDAD DE UN GÉNERO QUE HA CREADO

Pedro Almodóvar y su cine son una representación genuina de la empatía y la visibilidad. El director español ha sido un contrincante de lo que dicta la sociedad, mostrando que la identidad es una construcción que surge por cuestionar el dualismo, es decir, los personajes son libres y no necesitan amoldarse a ningún estereotipo, donde los hombres dicen seguir las normas del patriarcado, pero siempre las están rompiendo. Esto último provoca que los filmes de Almodóvar tomen un rol lúgubre, contradictorio, en constante duda y transformación.

Lo femenino y masculino se vuelven solo una frase sin efecto, pues para tener identidad hay que emancipar nuestros prejuicios de lo ya establecido, respetando a cada ser humano que exista. Por tanto, Almodóvar saca a la luz lo que el cine comercial de tipo hollywoodense esconde, llevando a la pantalla, historias queer sin algún tipo de avaricia o cliché denigrante, dándonos premisas nutridas y momentos icónicos, como Miguel Bosé y su aparición como femme fatale, entre otros grandes e inolvidables personajes.

De esta forma, Almodóvar nos enseña a ser en vez de suponer lo que hacemos. Su estética es profunda porque no solo se centra en lucir como tal, sino también en existir sin rumbo, con el corazón y coraje en mano, nos exhorta a ponernos nuestros aretes de cafeteras y nuestro kilo de spray en la cabeza mientras analizamos lo paradójico que es existir.

Con esto podemos deducir que de aquí nace su enorme nicho, aquí se genera la tentación y fijación porque no estamos viendo solo la ropa, la paleta de colores o las escenas que incomodan, sino que observamos a la gente con sus monstruos internos y sus miles de caras, secretos y problemas; reconocemos la tragedia, la comedia y hasta el thriller; y nos sumergimos en sus historias fílmicas, como en La piel que habito (2011) —la cual no es solo ver a Antonio Banderas siendo un cirujano loco hermoso— que solo es un planeta más de su vasto universo lleno de su paleta tecnicolor y habitado por sus chicas Almodóvar.

No existe mejor cierre que las palabras de otra gran directora, Lucrecia Martel, quien le dedicó entre lágrimas a Almodóvar y durante Festival Internacional de Cine de Venecia 2019 lo siguiente:
“Nos liberaron de la claridad de los lazos familiares. Nos reconciliaron con la estupidez, con los refranes incomprensibles, con los malentendidos. Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas. Ya había reivindicado el derecho a inventarnos a nosotras mismas”.

Por: Caron Barajas.