María Félix y Cartier, la mejor unión del cine de oro mexicano | Noir Magazine

María Félix y Cartier, la mejor unión del cine de oro mexicano

Por su cumpleaños, hacemos un repaso de esta relación

El encuentro entre María Félix y Cartier, fue magnético, el dueto creo piezas que han trascendido el tiempo.

Su estilo, su libertad de espíritu, su gusto por el volumen, el color y la extravagancia la convierten en una mujer Cartier – al igual que su pasión por el bestiario.

María Félix asume con garbo y distinción la extravagancia de las piezas que encarga a Cartier.

LA RELACIÓN DE AMOR ENTRE MARÍA FÉLIX Y CARTIER

Entre París y Ciudad de México, colecciona joyas que hacen de cada una de sus apariciones una ocasión memorable.

Y las lleva todas juntas, en acumulación, haciendo del exceso un arte, una forma de ser, absoluta y total.

DE LAS PANTERAS A LOS REPTILES

María Félix a las joyas fetiche de su bestiario, “sus animales”. En ellas, se representaba su espíritu guerrero y su fuerza, serena pero indómita.

En 1967, la legendaria intérprete encargó a Cartier un brazalete hecho de diamantes y ónix, con dos cabezas de pantera encontradas y ojos de esmeralda.

Ese mismo año, comisionó un broche articulado de pantera, en reposo, con las piernas una encima de la otra.

Esa creación, sin embargo, no la conservó; más tarde, sería adquirida por otra gran clienta de la Maison, la Duquesa de Windsor.

LAS SERPIENTES DE MARÍA FELIX

Entre la fauna Cartier, los reptiles tienen un lugar especial.

Desde 1910, los virtuosos joyeros de la maison han dado vida a los cuerpos ágiles y ondulantes de estas criaturas, en impresionantes collares y brazaletes.

El collar de serpiente diseñado para María Félix en 1968 es una de las piezas más notables creadas por Cartier, y tomó varios meses de trabajo.

Su estructura es una verdadera proeza técnica, que combina el platino, el oro blanco y el oro amarillo.

El cuerpo está pavimentado con 2,473 diamantes talla brillante y talla baguette, atravesados por ondas de luz brillante.

La parte inferior del cuerpo de la serpiente está trabajada en esmalte rojo, negro y verde.

La actriz estaba enamorada de los ofidios, aunque declaró en una entrevista que tenía más afición por los diamantes que por estos animales, y lo demostró de nuevo en 1971, cuando comisionó un par de pendientes de serpiente, en oro amarillo y esmalte turquesa, de Cartier París.

LA FANTASÍA ENCARNADA

Una historia tan increíble, que se ha vuelto leyenda. Hay algo de locura en imaginarse a María Félix apareciendo en la boutique Cartier de Rue de la Paix, en París, con un cocodrilo bebé, vivo – su mascota.

¿El deseo? Que se creara para ella un collar con la forma exacta del animal, mismo que tendría que completarse antes de que el modelo creciera.

En 1975, Cartier consigue dar vida a la fantasía de la actriz, creando un collar compuesto por dos cocodrilos de oro amarillo: uno con ojos de esmeralda y engastado con 1,023 diamantes amarillos, y el otro con ojos de rubí y el cuerpo engastado con 1,066 esmeraldas.

Un manifiesto de exuberancia hiperrealista y libertad al límite de la elegancia, esta fascinante pieza, completamente articulada, puede ser usada como collar, como dos broches separados, o como un objeto decorativo.

UNA LEYENDA VIVA

El gusto, la personalidad y los elegantes excesos de la actriz continúan siendo una fuente de inspiración que provoca una fuerte dinámica creativa para Cartier.

Las líneas sinuosas, los detalles de las escalas, el poder simbólico: el territorio creativo es rico y preside al nacimiento de piezas llenas de carácter, desde numerosas interpretaciones de sus célebres reptiles hasta el icónico reloj bautizado con su apodo, Doña de Cartier.

En 2019, la Maison develó un set de Alta Joyería inspirado por el mítico collar de María Félix, compuesto por cuatro piezas únicas: un collar, un par de aretes, un brazalete y un anillo.

Creado por el mismo artista que esculpiera el de 1975, el collar es testigo de la tradición naturalista de Cartier.

Aludiendo a los orígenes sudamericanos del reptil, el joyero ha colocado seis esmeraldas colombianas en su espalda y extendido su cresta hasta dibujar una cascada de las mismas piedras, que caen con tanta gracia como aplomo, resultado de la permanencia del dominio de Cartier sobre los oficios joyeros.