El debut de Glenn Martens para Maison Margiela

GLENN MARTENS HABLÓ EN EL IDIOMA DE MARGIELA (Y FUE SUBLIME)


Romanticismo oscuro, reciclaje y arte: bienvenidos al nuevo Maison Margiela.


No fue un debut. Fue un renacimiento. Anoche, Glenn Martens reabrió el portal del archivo con una colección que no busca homenajes ni aplausos fáciles. Lo suyo fue otra cosa: una ceremonia visual donde la moda dejó de ser mercancía para convertirse en enigma.

Siluetas góticas, máscaras bordadas, materiales reciclados y un romanticismo en clave posthumana —Martens no imitó a Margiela, lo canalizó—. Y lo hizo hablando el lenguaje de lo sagrado, lo imperfecto y lo radical.

¿Por qué este desfile era tan esperado?

Porque no era cualquier debut. Glenn Martens —director creativo de Diesel y ex de Y/Project— asumía un reto mayor: tomar las riendas del universo Artisanal de Maison Margiela, en un espacio cargado de simbolismo (Le Centquatre, París), donde el propio Martin Margiela presentó su última colección en 2008.

Un escenario que no se pisaba por azar —era casi una promesa de continuidad—. Y Martens no decepcionó.

¿Qué tendencias clave se vieron en la pasarela?

En la pasarela de Maison Margiela FW25, Glenn Martens presentó un abanico de tendencias que desdibujan los límites entre moda, arte y archivo. Predominaron las siluetas escultóricas y dramáticas, con corset anatómicos que redibujaban el cuerpo humano desde lo crudo, lo místico y lo performativo. La deconstrucción fue eje central: vestidos moldeados en plástico transparente, chaquetas reconvertidas en faldas, y prendas que parecían ensambladas a partir de objetos encontrados, como si cada pieza tuviera una vida anterior.

También se vieron textiles reciclados, referencias barrocas, drapeados flamencos, tul aplicado como textura y estampados en trompe-l’œil inspirados en naturalezas muertas del siglo XVII. Todo ello envuelto en una narrativa visual que abrazó lo gótico, lo teatral y lo artesanal —una nueva versión del avant-garde donde la estética es también política.

Desfile de Maison Margiela Otoño-Invierno 2025/2026, París. Foto: Cortesía Maison Margiela.
Desfile de Maison Margiela Otoño-Invierno 2025/2026, París. Foto: Cortesía Maison Margiela.

¿Por qué fue tan disruptivo?

Porque no se trataba solo de moda. El desfile fue un manifiesto visual que cuestionó la autoría, la identidad, el ego. Como Margiela en su época, Martens se niega a ceder al culto del diseñador estrella —y lo deja claro desde el minuto uno—: nadie saluda al final. En vez de un ego, hay un eco. Y el eco que se escuchó anoche en París fue estruendoso: la moda sigue viva cuando se arriesga a no ser complaciente.

Desfile de Maison Margiela Otoño-Invierno 2025/2026, París. Foto: Cortesía Maison Margiela.

¿Cuál fue el rol de las máscaras?

El elemento más Margiela de todos. Las máscaras —presentes en absolutamente todos los looks— funcionan como símbolo total. No ocultan: revelan. Al borrar el rostro, borran la narrativa del individuo para enfocarse en la prenda, en su construcción, en su alma.

Es la disolución del ego como acto político y de rebeldía. En un mundo donde todo busca un rostro para viralizarse, Martens elige lo contrario. La máscara se convierte en protesta, en anonimato, en identidad colectiva.

¿Qué mensaje quiso transmitir Glenn Martens?

Martens no vino a imponer su universo —vino a amplificar el de Margiela—. La colección habla del archivo, de la memoria, del reciclaje como gesto poético y no solo ecológico. Cada look parecía tener una vida previa. Cada prenda, un secreto cosido entre sus capas. Martens nos dijo simbólicamente: «No olviden que la moda también puede ser ritual, experiencia, silencio, grito».

¿Qué colores predominaron en la colección de Maison Margiela?

La paleta cromática fue tan emocional como conceptual. Glenn Martens apostó por los negros densos y grises industriales como base, generando una atmósfera cargada de dramatismo y tensión. A ellos se sumaron los dorados envejecidos y los tonos joya —rubí, esmeralda, ámbar— que evocaban lo barroco, lo sacro, lo reliquia.

El verde flúor apareció como un estallido final, casi punk, rompiendo la solemnidad con un guiño irreverente. También hubo destellos de rojos profundos, blancos pálidos y transparencias heladas que jugaban con la luz como si cada prenda respirara su propio clima. No se trató de seguir una tendencia, sino de construir un lenguaje visual donde cada color parecía haber sido elegido más por su carga simbólica que por su función estética.

Desfile de Maison Margiela Otoño-Invierno 2025/2026, París. Foto: Cortesía Maison Margiela.
Desfile de Maison Margiela Otoño-Invierno 2025/2026, París. Foto: Cortesía Maison Margiela.

¿Cómo se sintió el ambiente?

Postapocalíptico, ritual, íntimo. Luces bajas, sonido envolvente (con Disarm de The Smashing Pumpkins como banda sonora), modelos avanzando como espectros en un trance. Una experiencia performativa donde cada paso era un manifiesto visual, una conversación sin palabras entre Margiela, Martens… y el público.

¿Qué conexión hubo con el legado de John Galliano?

Galliano, se sentía en la teatralidad, en los bordados, en el dramatismo emocional. Pero Martens no lo copia, lo respeta. Lo integra como un espectro más dentro del archivo Margiela. Lo flamenco se cuela, pero desde una óptica más oscura, más silenciosa, más cruda. Sin duda, una visión donde el ornamento no adorna: incomoda, rasga, ilumina.

Glenn Martens no solo debutó con fuerza —debutó con fe—. Fue un acto de confianza en el pasado, en el presente y en el porvenir de una casa que aún tiene mucho que decir. Maison Margiela 2025 no se explica, se vive. Y en un mundo saturado de ruido, eso es revolucionario.